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HABLAMOS DE…

arte  con Richard Gere

Cuando me llamaron para preguntarme si podía hacer una visita, a lo que nunca me niego, saber que era para Richard Gere me dejó boquiabierta. Después de recibirle en el garaje del museo junto al director gerente subimos para comenzar el recorrido. Su disposición era completa. Mis años dedicados a las visitas me han hecho detectar al instante la receptividad e incluso el nivel de conocimiento de la persona que tengo delante.

Pocas palabras faltarían porque, sólo el acercarse a contemplarlas en silencio, era, más que suficiente para él. Continuamos caminando y se maravillaba al ver las salas, cuestionando cómo era posible que padre e hijo, en tan corto tiempo, reunieran las casi ochocientas obras que alberga el museo.

Entregado a la causa, fuimos compartiendo la evolución de los estilos pictóricos cuando de repente, comenzamos a escuchar un ruido como el vuelo de unas abejas, cada vez más intenso. En seguida, detectamos que una avalancha de paparazzis amenazaban este momento de intimidad con el arte.

Me miró fijamente, me cogió de los brazos y me rogó que fuéramos a un lugar tranquilo donde no nos pudieran ver.

Al instante pensé en ir hacia el departamento de Restauración del museo, donde he colaborado durante 14 años. Cuando llegamos, ver en vivo y en directo el ambiente, las obras sobre las mesas de trabajo o bien en caballetes para comprobar su estado de conservación, o bien porque están en proceso de algún tratamiento, su rostro se iluminó aún más.

¿Has estado alguna vez en algún departamento de restauración, le pregunté?. Nunca, respondió. Me sentí orgullosa de haber podido brindar una experiencia como esta a una persona tan famosa.

Y no es tanto el lugar como la sensibilidad de apreciar el arte, en su estado más puro, llega al alma. Nos transforma, nos eleva a nuestra sabiduría interior.

Así como el rescata a Julia Roberts, el arte rescató a Richard Gere de lo que es , posiblemente, la pesadilla de la fama. Poco después dijo: “quiero pediros un favor”, entregados a la causa le preguntamos cuál era, “quiero hacerme una foto con vosotros”.

Esta foto es el final feliz de un encuentro sin igual. (Confieso que es un fragmento de la imagen por privacidad hacia mis compañeros de restauración).

Al despedirnos, sabíamos que nunca olvidaremos, no el suceso, sino cómo el arte hace su función: salvarnos de la cotidianidad, de lo exterior para adentrarnos y vivir en el espacio de nuestro propio esplendor.

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